RECUERDOS DE NIÑEZ

 

Los jueves por la tarde Vacaciones en el cole

Cuando no teníamos clase en el colegio del Sagrado Corazón, el día se transformaba en una pequeña aventura. Aunque no era un día de vacaciones en el sentido tradicional, lo sentíamos como tal. A menudo, con mi madre y mi abuela Justa, y algunas veces con mi hermano pequeño, íbamos a ver a mi tía Pili en el centro de Madrid. Aquellos jueves eran siempre esperados con ilusión.

Conocer Madrid: Plaza de Santo DomingoEl Madrid de entonces era muy diferente al de ahora. Las calles parecían tener una calma distinta, y los edificios, aunque antiguos, tenían un aire de familiaridad que siempre me daba  sensación de hogar. A lo largo de ese trayecto, pasábamos por sitios que se habían quedado grabados en mi memoria. Uno de ellos era Galerías Preciados, un centro comercial que en su época era todo un referente

Los jueves por la tarde, cuando no tenía colegio, se convertían en días mágicos que rompían la rutina. Solía ir con mi madre o con mi abuela Justa a casa de mi tía Pili, en la calle Silva, número 8. Llegar hasta allí ya era toda una pequeña aventura. A veces tomábamos el autobús de dos pisos número 1 en la Plaza de Moret, muy cerca de nuestra casa en Gabriel Lobo. Otras íbamos en metro, desde Diego de León hasta Santo Domingo, un trayecto que para mí estaba lleno de emoción, como si presagiara los buenos momentos que me esperaban.

donde vivía mi tía  era un lugar especial, distinto a cualquier otro. y siempre estaba llena de vida. Allí vivían,  la madre de mi tío Tomás, a quien llamábamos Saturninita, con cariño. Mi abuela Justa solía hablar de ella como si fuera un personaje entrañable de las historias familiares. También estaban los hermanos de mi tío Tomás: Enrique y Ana, que añadían aún más dinamismo a aquel hogar.

Pero lo que más me gustaba de esas visitas eran las hijas de mi tía Pili, mis primas, a quienes mi abuela llamaba "Pilita y Gordita". Aunque eran más pequeñas que yo, jugar con ellas era siempre una alegría. A sus ojos, yo parecía un hermano mayor, y ese papel me hacía sentir especial. Los juegos en aquella casa siempre se llenaban de risas y momentos inolvidables.

Mi tía, para mí, era mucho más que una simple tía. Representaba una figura cálida y protectora, una referencia cariñosa en mi infancia que, junto a mi abuela Justa, formaba el núcleo de los recuerdos más entrañables de aquellos años. Pili trabajaba en los laboratorios Abelló, que estaban cerca de mi casa, y en muchas ocasiones yo la acompañaba al salir de su trabajo. Era una mujer generosa y siempre atenta a los demás.

Cuando yo estaba enfermo, algo que sucedía con frecuencia en mi niñez, era mi tía Pili quien acudía a ponerme las inyecciones. Aunque temía el pinchazo, siempre encontraba en ella la manera de sentirme reconfortado. Su sonrisa, su voz tranquila y los pequeños detalles que tenía conmigo convertían aquel momento, que podría haber sido desagradable, en una experiencia mucho más llevadera. Quizás fuera una palabra amable, una caricia o una promesa de que pronto estaría bien.

Recuerdo también cómo, después de aquellas tardes en su casa o al cruzarnos por el barrio, siempre me dejaba una sensación de calidez. Era una de esas personas que no necesitaban grandes gestos para transmitir su cariño, porque estaba presente en su cara y en todo lo que hacía.

Hoy, al mirar atrás, me doy cuenta de que esos días no eran simplemente jueves cualquiera. Eran pequeños capítulos de una historia familiar que me ayudaron a crecer rodeado de amor, de risas y de ese sentimiento de pertenencia que solo la familia puede dar.

 

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