El despertar a la vida

 

LOS GUATEQUES 

Eran un espacio seguro donde los adolescentes podíamos explorar nuestra identidad y experimentar las primeras emociones intensas, lejos de la mirada adulta. La música, creaba un ambiente único cargado de energía.

Cada canción tenía un significado especial y evocaba recuerdos y emociones particulares. Eran el escenario perfecto para forjar lazos profundos y duraderos. Los debates, las confidencias y las rivalidades sanas enriquecían la experiencia y creaban un sentido de comunidad.

Nos proporcionaban un área segura donde podíamos explorar nuestra identidad. Sería fundamental que los jóvenes de hoy también tuvieran con espacios para su desarrollo personal y social y menos un mundo cada vez más virtual,

Los guateques eran sin duda pequeños universos donde los adolescentes vivíamos nuestras primeras emociones intensas. Esa mezcla de música amistades y amores nacientes, creaba un ambiente único cargado de ilusión y nerviosismo. Las casas de José Ramón Arnal, Antonio Luna y especialmente la de Cuqui  en Gabriel Lobo, se convertían en refugios donde las vivencias y los sueños tomaban forma lejos de la mirada inquisitiva de los adultos. El contraste entre el baile suelto lleno de risas y movimientos desinhibidos y el baile agarrado tan íntimo y lleno de promesas silenciosas marcaba el ritmo de nuestras emociones. 

Cada canción lenta era una oportunidad para rozar el cielo con la persona deseada aunque fuera por un instante. Y ese toque de queda más que un límite hacía que todo supiera a magia efímera convirtiendo cada segundo en un tesoro. Los debates las confidencias y hasta las rivalidades sanas dentro del grupo —Goro, Chano, Nacho Jesús Miguel, José Mari,  yo, y las chicas como Josefina, Cuqui, Maricarmen, Carmina y Lidia— llenaban de vida esos encuentros. Lidia con su magnetismo parecía reunir en su figura todos los sueños compartidos. Y después el regreso a casa, con el recuerdo de la música y las emociones aún frescas cerraba esas noches como un dulce susurro.

Aquella época con los confesores un poco sordos, sus códigos tácitos y su pureza parece casi irreal comparada con el presente. Pero queda claro que esos guateques no eran solo reuniones, eran auténticas historias vividas en comunidad en un tiempo donde los corazones latían al compás de una canción compartida y a las amigas se las respetaba totalmente. Los guateques eran un espacio seguro donde los adolescentes podíamos explorar nuestra identidad, y experimentar las primeras emociones intensas lejos de la mirada adulta.

La música, creaba en nosotros un ambiente único cargado de energía. Cada canción tenía un significado especial y evocaba recuerdos y emociones particulares, si no que se lo digan a Goro con su ensueño con Mariluz Vaquerizo o a mí, en su momento, con Maripili.  Eran el escenario perfecto para forjar lazos profundos y duraderos. Los debates las confidencias y las rivalidades sanas enriquecían la experiencia y creaban un sentido de comunidad. Nos proporcionaban un espacio seguro donde podíamos explorar nuestra identidad. Sería fundamental que los jóvenes de hoy también tuvieran con espacios para su desarrollo personal y social y menos un mundo cada vez más virtual pegados al móvil constantemente,

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