UNA
INFANCIA DE POSGUERRA VIVIDA EN LA “PROSPE”
La “Prosperidad” es un barrio de Madrid que en la
actualidad forma parte del distrito postal 2 Chamartín, surgiría en uno de
estos lugares que conducía a ambos lados del camino que llevaba al pueblo de
Hortaleza. En esos parajes se extendían pequeñas huertas y campos de trigo,
próximos al cauce del arroyo del Abroñigal.
La topología de mi barrio
Cuando la edad comienza a mostrarnos
que nos acercamos a enorme velocidad al término de nuestra existencia, afloran
todas las añoranzas de un pasado, que está lejos en el tiempo pero cerca del
corazón. Lo acaecido forma parte del pretérito de nuestra niñez y de nuestra
primera juventud, una etapa cargada de recuerdos que empiezan a entremezclarse con
una ficción ilusionada.
Puedo decir que viví la infancia con intensidad en mi
barrio, participé intensamente de sus vivencias y también de frustraciones
surgidas en el entorno próximo al ya desaparecido edificio 21 de calle Gabriel
Lobo. Vivía en un edificio de planta rectangular con patio de vecindad, una
corrala típica madrileña. El edificio tenía dos alturas y estaba construido
sobre muros de carga. En la planta baja vivía D. Carlos, el casero, que
además en el mismo edificio tenía en puerta de calle una cacharrería. A mí me
gustaba el olor que salía de esa tienda, una mezcla de aromas en los que
dominaba el de jabones. D. Carlos vivía con su hermana, la Sra. Boni, una mujer
siempre mayor que me adoraba, que continuamente tenía una frase cariñosa para
mostrarme. Yo la recuerdo con cariño, el mismo que me demostró siempre ella; para
ella yo era el prototipo de “niño bueno”.
A medida que me iba haciendo mayor
esta señora se me hacía más y más pesada. Esta pareja, vivió y murió de la
misma manera, en la austeridad más absoluta. Cuando murió la Sra. Boni, la
ultima de los dos en despedirse de esta vida, sus parientes lejanos permanecían
como buitres para consumar el reparto de sus bienes. Aquella experiencia me
sirvió, entre otras cosas, para entender que había que tener un mayor desapego
de las cosas a mi servicio, para poderlas disfrutar con los otros.
Era un niño que me divertía en la
calle sin sentir el mínimo atisbo de peligro, que después de haber completado
mis deberes escolares jugaba con mis amigos hasta que caía la tarde y había que
recogerse. Jamás tuve frio en invierno ni calor en el estío, durante los casi
tres meses de vacaciones estivales, entonces el veraneo era minoritario.
Jugaba en la calle de la mañana a la
noche y mis grandes amigos de juego: de peón, chapas, tabas, clavo, cromos o
tacón,… los encontraba allí, en la calle. Amigos que pasado el tiempo sigo
recordando con ternura y nostalgia:¿Qué será y dónde estarán?, Daniel, Juan
Carlos, Padierna, Monchi, “El coreano”, Quique Landaburu, Massa, Goro, Joseluis, Chechechu, Paco Checa, Ramón,
Gustavo, Juanma, Gabriel… y…. muchos más. Para ellos va mi cariño conjuntamente
con mi consideración, ya que actualmente somos parte de lo que fuimos.
Puedo asegurar que fui capaz de
sacar el mayor partido posible de los mimbres que acumulé entonces, que he
tenido la gran fortuna en hacer y trabajar en aquello que me gustó en cada
momento de mi vida, y lograr lo mejor de mi inestable salud de hierro.
Los inicios de mi barrio
Madrid fue conquistada por Alfonso
VI en 1083 ó 1085 después de haber transcurrido 220 años bajo el dominio
musulmán. Era una plaza fuerte, un alcázar, construido para defender Toledo y
la vega del Tajo de las incursiones cristianas por el puerto de Somosierra y el
río Jarama.
Hasta el siglo XIII no se disponen
de documentos que atestigüen la existencia de un poblado en Chamartín. Estaba
situado en la zona norte del Distrito, alrededor de la actual plaza del Duque
de Pastrana. Era un pequeño pueblo de labradores y pastores, de pecheros,
sometidos a un régimen feudal. El poblado adquirió más importancia con la
construcción del palacio de los Duques del Infantado en el siglo XVI que estaba
situado en lo que es ahora la finca del Colegio de N.S. del Recuerdo. En el
siglo XVII Felipe IV vendió el pueblo y amplios terrenos al Marques de la Rosa.
El Marqués adquirió con la compra derechos de jurisdicción civil y criminal que
comprendían “horca, picota, cárcel, cuchillo, cepo y azote” para dominar a unos
pocos labriegos. La propiedad pasó con los años a la casa de Pastrana.
¿Quién nos iba a decir que el nombre
del barrio se debe a un parisino llamado Prospero? Madrid, villa y corte,
pequeña y algo desestructurada se empieza a preparar para un cambio demográfico
importante.
Desde el segundo tercio del siglo
XIX, y como consecuencia del desarrollo industrial, Madrid iba sufriendo un
aumento vegetativo que amenazaba con sobrepasar sus capacidades urbanísticas.
La villa, capital del Reino, todavía estaba constreñida por la vieja cerca
fiscal construida en 1625. Era evidente que la capital del reino debía crecer,
con la llegada de desertores del agro que comenzaban a invadir la almendra
central de la villa. Es importante constatar que en 1859, el ingeniero Carlos
María de Castro, presentó el proyecto
para el ensanche de Madrid, en el que se contemplaba la expansión
urbanística de la villa, así como el derribo de la cerca. El proyecto supuso
una gran oportunidad para conseguir una vivienda a aquellos que, por la causa
que fuera, no conseguían encontrarla dentro los límites de la villa.
Pronto comenzaron los problemas, por
un lado estaban las normativas municipales, que regularon de manera clara las
obras de construcción. Por otro, los propietarios y los promotores querían
beneficios seguros; esto generó una clara actividad especulativa que acarreó
que subiera considerablemente el valor del suelo. Por lo tanto, las clases
sociales más modestas eran incapaces de afrontar los gastos y las plusvalías
que les originaría vivir en el ensanche. La solución para dotar de vivienda a
los más desfavorecidos estuvo en el extrarradio, que era amplio y ocupaba el
espacio restante entre el Madrid urbanizado y el límite de su término municipal
limítrofe con los pueblos próximos.
La “Prospe”, surgiría en uno de
estos lugares que conducía a ambos lados del camino que llevaba al pueblo de
Hortaleza, en estos parajes se extendían pequeñas huertas y campos de trigo,
próximos al cauce del arroyo del Abroñigal, cerca de cuyo exiguo cauce se
extendían tierras y parcelas propiedad de miembros de la aristocracia como
Diego de Colmenares, conde de Polentinos, quien tuvo su finca entre las
actuales calles de Marcenado, Sánchez Pacheco y Benigno Soto. Al norte de esta
última estaban los llamados terrenos de Pradillo, en los que se abrió la calle
del mismo nombre, así como las de San Ernesto, en la que se encontraba una
pequeña finca conocida como Marcenado y las desaparecidas de Petra García y de
Quintanar, probablemente nombres de propietarios de aquellas tierras. Más
alejado, junto al cauce del antiguo arroyo, estaban las huertas y los melonares
del Conde de Villapadierna, en los terrenos en que posteriormente se elevaría
la desaparecida Colonia Ibarrondo.
Por estos parajes tuvo Luis Méndez
un terreno de cinco hectáreas de extensión que, tras su fallecimiento, puso en
venta su viuda, Juliana Juiz y Vega. La finca la compra en noviembre de 1862 un
potentado parisino llamado Próspero Soynard, quien la divide en pequeñas
parcelas para ponerlas en venta. No tardó en encontrar un vendedor, el
espabilado tramoyista de teatro y carpintero de escasos recursos llamado:
Gregorio Mayorga, quien haciendo grandes sacrificios, logró comprar su pequeña
finca y construir en ella una casita. Imitó a Próspero Soynard y, casi al mismo
tiempo, José Subiela, un hombre de negocios que, por avatares políticos y
personales, se vio obligado a aceptar un trabajo de apuntador de teatros,
adquirió, parceló y vendió un pequeño terreno, comprado por Anselmo González.
Tras él, sencillos albañiles, jornaleros y traperos, gastaron su esfuerzo y sus
recursos en comprar un terrenito en el que construir una modesta casita que les
sirviera de vivienda.
Era este el final de Madrid. Cruzado
el arroyo se entraba en el término municipal de Canillas, en cuya “frontera” se
abría el conocido Ventorro del Chaleco, un afamado lugar, parada habitual de la
zona, en la que entremezclaría la realidad con historias y leyendas, algunas
con Luis Candelas como actor principal.
Poco a poco, se iba dando forma a un
nuevo barrio de Madrid, que pronto sería conocido con el sonoro y prometedor
nombre de “La Prosperidad”, aunque
esta denominación, en realidad, no es más que una deformación del nombre de
pila de Próspero Soynard, sin aludir en ningún momento a la bonanza o a la
fortuna que pareció esquivar siempre las calles del arrabal recientemente
formado.
El crecimiento de La Prosperidad en
aquellos primeros años fue desestructurado y anárquico, sin plan urbanístico
alguno, lo que todavía puede verse en el plano actual del barrio, en el que
algunas manzanas parecen delatar los límites del terreno original que dio paso
a las parcelas posteriores. Esta situación fue denunciada por el cronista Ángel
Fernández de los Ríos.
Desde la segunda mitad del siglo XIX algunas fincas y huertas en
la Prosperidad y en la Guindalera cercanas al arroyo Abroñigal, se estaban parcelando para la venta,
aprovechando que la continúa llegada de personas del campo que arribaban a la
capital en busca de trabajo, lo cual generaba una importante demanda de
terrenos para construir. Las viviendas que se iban levantando, normalmente a
cargo de maestros de obra, o autoconstruidas por sus propietarios, solían ser
de una sola planta, de aspecto semi-rural y factura tosca a base de materiales
económicos, cal y canto revocado o ladrillo visto. Disponían, a modo de ejemplo,
de cocina, sala, gabinete y dos dormitorios. Ocupaban parcelas rectangulares,
con pequeño jardín a la entrada y patio trasero o galería en forma de corrala.
En otros casos la fachada estaba en línea de calle o camino y el jardín o
huerta se situaba en las traseras de la casa. Su estilo era muy sobrio, con
fachadas de ladrillo y revoco y sin concesiones arquitectónicas, y normalmente
se trataba de casas aisladas o pareadas, en cualquier caso viviendas de una
sola altura.
Afectada
por el Plan Especial de la Avenida de
La Paz, ahora M-30, las propiedades fueron expropiadas y derribadas
entre los años 70 y 80. Particularmente yo en esa época sentía, como
profesional, que se estaba acabando con una parte importante del acervo
cultural del Madrid del siglo XX.
Fernández de los Ríos en su obra: Guía
de Madrid, se refiere al arrabal de
la Prosperidad como un escaso
conjunto de 19 casas nacido en 1868
en torno al antiguo camino de Hortaleza y que se había desarrollado en los
últimos años en medio del más deplorable desorden de rasantes y alineaciones.
En 1888 reunía 166 edificios, 3/4 partes de ellos casas terrenas, con un
elevado número de corrales o patios de vecindad en condiciones de salubridad
deficientes (Díez de Baldeón, 1985.).
El 5 de enero de 1890 el periódico publicaba una nota que da idea de la situación
socioeconómica del barrio: “En el barrio de la Prosperidad, fueron
repartidas ante el donante, Sr. marqués de Sierra Bullones, 50 chalecos de
Bayona, 50 mantones y 150 mantas; socorriéndose con estos objetos a 27 familias
de la Guindalera, 14 del barrio del Carmen y unas 50 de la Prosperidad. Además envió, con destino
al hospital allí establecido por los señores Soto y Avilés, garbanzos, judías,
arroz, tocino y una cesta con botellas de vino generoso”.
Una Memoria escrita por Alberto Aguilera y Velasco, Gobernador
civil de Madrid, en la que daba cuenta de los “socorros y donativos realizados
durante la epidemia de gripe de 1889-90″, haciendo referencia al mencionado
hospital:“Durante la epidemia, dice la Memoria,…“se proporcionó
alimento á 62.000 pobres, realizando esta piadosa distribución por su propia
mano, las caritativas señoras que componen la Junta del Sagrado Corazón de
Jesús. Aparte de esto inaugurárnosle, merced á la iniciativa particular,
hospitales provisionales en los barrios extremos de Madrid, donde la población
proletaria alcanza mayores cifras de existencia, siendo el primero en
instalarse el de la Prosperidad, debido a la activísima gestión de los
conocidos industriales Sres. Soto y Avilés, quienes no descansaron hasta ver
realizada su caritativa empresa, poniendo en su realización la suma de inteligencia,
de constancia y de desinterés que tan abundantemente les caracteriza. Su
generosa iniciativa obtuvo bien pronto el poderoso concurso de los Sres.
Montero Ríos, Cánovas del Castillo, Ducazcal, Rodríguez (D. Manuel) y Marqués
de Sierra Bullones, alcanzando entre todos y con los espontáneos é inteligentes
servicios de los médicos Sres. Massip y Rodríguez (D. Carlos) instalar una
enfermería modelo, en la que encontraron gratuita y celosa asistencia todos los
enfermos pobres del barrio de la Prosperidad, quienes seguramente recordarán
siempre el gran beneficio que deben á la diligente caridad de sus
conciudadanos”.
En el periodo comprendido entre los
inicios del 1.900 y principios del 1.983. La población del barrio pasó de 2.000
habitantes a 38.350 habitantes. Como consecuencia del Plan General de Madrid.
el urbanismo de esta zona sufrió una importante trasformación, desapareciendo
todas las pequeñas construcciones que se fueron generando durante el inicio del
siglo XX
La larga calle de López de Hoyos
Parte de
los recuerdos del barrio se focalizan
en la calle de Lópe de Hoyos,
larga y con algún tramo sinuoso y estrecho. Esta calle nace junto al Paseo de la Castellana, en unión con
la calle Pinar, donde se ubica
la Residencia de Estudiantes, centro cultural e intelectual de la época. Fue el
camino que conducía al pueblo de Hortaleza.
La calle de Lope de Hoyos era
recorrida por el tranvía 40 y se constituiría en arteria comercial del barrio,
era centro de visita para un sinfín de necesidades emanadas de la vida diaria.
El más importante mercado de la época se encontraba ubicado en esta calle y que
suministraba viandas a la población popular del barrio. Don Daniel, medico y
vecino del barrio vivía también en esta calle
Por tanto
López de Hoyos, sin duda, la calle más
comercial del barrio, además del mercado tenía los comercios importantes, como
Sirera, La Segoviana y, por supuesto, el cine Salón Moderno, “el pipas”, que
terminaría tomando el nombre de la calle, López de Hoyos. Cesó en su actividad como cine en los ochenta del siglo
XX y pasó a dedicarse durante más de una década a ofrecer banquetes de bodas,
comuniones, bautizos y celebraciones del género.
Los campos: de las monjas o del reloj y de la montaña
Mi casa estaba situada en las
proximidades de la calle General Mola
(Príncipe de Vergara) cuando todavía acababa en Francisco Silvela, muy cerca de la glorieta de López de Hoyos.
Esta rotonda, que hasta 1980 se llamó de Ruiz de Alda, el aviador famoso del Plus
Ultra, marcaba la frontera de una zona que espacialmente ya no me afectaba,
pues yo vivía más arriba, junto al campo de las monjas, en esa zona ahora está
el Auditorio.
La calle
Príncipe de Vergara antes
estaba entrecortada por la presencia de edificaciones que se habían construido
sin orden ni concierto. La marca de la futura calle la limitaba dos hileras de
encintado de granito mamposteado que corrían paralelas marcando la futura
avenida. Las edificaciones construidas en mitad de la futura calle delimitaban
el campo de la montaña y el de las monjas (algunos lo conocían como el campo
del reloj, debido al gran reloj que tenían las monjas en la fachada del
convento). Las viviendas allí construidas tenían la estructura de semi-chavolas
que se habían ido amoldando, en el tiempo, a las necesidades de sus moradores.
Había también un edificio de tres plantas entre los campos de las monjas y de
la montaña que poseía todas las trazas de un atisbo especulativo de la época,
había sido construido, a su gusto, por un maestro de obras llamado Mariano, a
su hijo le apodábamos “pata chicle”
un muchacho controvertido que tenia la fatal característica de ser blanco de
críticas de los otros chicos de la calle.
En el campo de la montaña había una
cueva que furtivamente habitada, durante algún tiempo, por una familia calé.
Esta familia creaba un incordio, para todos aquellos niños que usábamos de la
montaña para demostrar nuestro dominio y destreza en afrontar dificultades. Yo
me he gastado más de unas piezas de mi pantalón por mor de este promontorio, y
por el que nos deslizábamos sentados sobre una caja de cartón. El campo de la
montana estaba formado por un terreno arcilloso, el llamado “tosco” lo cual
permitía que un enorme charco se generaba con las primeras lluvias del otoño,
se helaba durante todo el invierno y se convertiría en una magnifica pista de
patinaje hasta el mes de mayo. Era una charca magnifica para cazar ranas. En el
tiempo actual, se habría clausurado por interés sanitario. Pero los niños de
esa época, o moríamos o inoculamos anticuerpos para toda nuestra existencia.
El campo de las monjas, constituía
el lugar idóneo para jugar al futbol, al escondite, al “robaterrenos” con el
clavo…Siempre había decenas de niños dispuestos a jugar allí. En la entrada al
campo de las monjas vivía una familia compuesta de padre, madre y tres hijos,
creo que los padres se llamaban Sabino y Balbina, que no dudaban en darnos un
vaso de agua después de los partidos de futbol. Posiblemente debido a ello, el
ayuntamiento colocó, años después, una fuente publica que manaba agua
constantemente en donde niños y perros bebíamos a morro.
Debo contar una anécdota acontecida,
en el campo de las monjas, durante un partido de futbol que celebrábamos una
tarde de primavera. Mi pandilla, fue retada por unos niños foráneos a jugar un
partido de futbol. Yo, para situarme más en trance futbolista, me quite mis
pantalones bombachos de pana, recién confeccionados por mi madre, luciendo mis
maravillosos calzoncillos también confeccionados por ella, lo mismo que mí camisa
y jersey, también manufacturados por ella. Yo en calzoncillos me imaginaba que
podía ser Gento. En la segunda media hora, cambiamos de campo y mis pan
|
| Jugando a las bolas en la calle |
talones
quedaron depositados en la portería del campo contrario. Ambas porterías
estaban simplemente señalizadas con dos piedras grandes a cada lado y
empezábamos a tener algún espectador que paseaba por el lugar.
Terminado el partido, me dirigí a
recoger mis pantalones para irme a mi casa. Mi sorpresa fue mayúscula: mi
pantalón bombacho nuevo, había desaparecido por arte de magia, y debía irme a
mi casa en calzoncillos para que el zapatillazo de mi madre fuera más doloroso.
Pero mi madre, me vio tan compungido, y yo solia ser un niño juicioso, que se
limito a decirme: Jesús, no te preocupes,
no llores, mañana en el economato te compro otro retal y te confecciono otros
nuevos del color que quieras. Yo decidí que fuera verde, de pana verde
botella. Mi madre era maravillosa y me comprendía perfectamente. Yo me sentía
un niño de once años totalmente feliz, como no podía ser de otra manera.
Para completar y finalizar este
apartado, otro magnifico lugar abierto, tendríamos que remontarnos la década de
los cincuenta. Justamente en el terreno en donde hoy se ubica la plaza de San
Julio, había un magnifico campo de futbol en donde todos los fines de semana jugaban
dos equipos del barrio: el Campos y e Carmen. El campo de futbol discurría
longitudinalmente paralelamente a la calle Antonio Pérez y finalizaba en la
calle Nielfa.
Siendo niño, era para mí un
divertimento los días que había partido, ya que concurrían al evento un sinfín
de charlatanes y tramoyistas que animaban el acontecimiento deportivo. A mi
padre no le gustaba demasiado que estuviera en esos eventos, posiblemente sus
rezones tendría, pero,…. yo no encontraba maldad alguna.
La sociedad de aquella época era más
simple, más primitiva que la actual, y tal vez por eso muchos de los peligros
que podrían ser considerados en la actualidad para un niño, o pasaban
desapercibido o no existían con la magnitud y arraigo que se pudieran
considerar ahora.
La imaginación “al poder”
A muchos niños
de ahora les parecerá mentira, por la calle Gabriel Lobo podría pasar un coche
cada hora, lo cual, si pasaba, esto nos permitía tomar la calzada para jugar al
fútbol y las aceras para jugar, a los cromos, a las chapas a la taba o al
zurriago…. La idea de calle, al menos en mi barrio, era lo más parecido a un
pueblo de los cincuenta. La falta de medios nos hacia trabajar nuestra
imaginación creativa, en busca de nuevas experiencias que nos permitiera hacer
volar nuestra fantasía infantil, para intentar suplir nuestras carencias.
En épocas
estivales y al caer la tarde, en el solar donde aparcaba el carro el frutero lo
que actualmente es el nº 18, Poli, podía
tener lugar una función de títeres. Los niños cenábamos prontito y pertrechados
con banquetas cogíamos sitio en “platea de primera” para ver el acontecimiento
titiritero. Debía ser un rollo “patatero”, pero a nosotros, a los niños de la
posguerra, nos parecía una experiencia distinta que nos permitía permanecer más
tiempo en la calle. También aparecía en cualquier momento “el señor y la cabra”
que se acompañaban una joven para ofrecernos alguna danza de lo más ramplona.
También tragábamos con semejante experiencia ya que nos rompía la rutina. Otro
de los personajes que nos obsequiaba los jueves por la mañana en época
veraniega era el “Chatarrero por trapos, por trapos cacharros” que nos donaba a
los niños con una bolita de anís y que se sacaba…, al saber de dónde, pero que a
nosotros nos parecía tan rica.
Yo, me
consideraba un niño privilegiado ya que tenía dos magnificas hermanas mayores
que yo que en mi niñez me ayudaron a desenvolverme en el medio. Mientras ellas
jugaban a la cuerda. Yo, permanecía atónito observando como mi hermana mayor
dominaba perfectamente la situación. Considero que mis hermanas han influido
eficazmente en haber sido un muchacho sensible y respetuoso con las chicas.
Empezaron
a construir nuevas casa en el barrio, cada vez eran mejores tenían mayor
calidad que se iban integrando en el barrio, hacían modificar lentamente su
configuración sociológica. Nuevos niños fueron apareciendo que se iban
incorporando a la vida solidaria de la pandilla, “Chano”, un buen amigo que lo
mantengo a pesar de los cincuenta y tantos transcurridos, “Chachechu”,
Landaburu y un largo etcétera (prefiero no aumentar más la lista para que nadie
se encuentre olvidado)
Nos íbamos
haciendo mayores y comenzábamos a organizar nuestros primeros guateques con el
tocadiscos en ristre el tiempo lo vivido y la responsabilidad de los estudios
nos hicieron cambiar el uso y las costumbres. El capítulo de los guateques
requiere un apartado amplio ya que supuso un cambio importante en el discurrir
de nuestras vidas de adolescentes.
Mi calle
era cañada real, en tiempo de trashumancia y a partir de la madrugada, cientos
de cabezas de ganado pasaban, inundando calzadas y aceras. El tintinear de sus
badajos nos despertaba y niños y adultos nos asomarnos a los balcones. Se
trataba de un espectáculo único para un niño. A la mañana siguiente las ovejas
habían dejado sobre el adoquinado del suelo su huella, que algunos vecinos
recogían para abono orgánico de sus geranios.
Cierre del
primer capitulo
Considero
imprescindible, para situarnos en la topología del barrio, ilustrarlo con un
parcelario de la época. Intentare obtener un plano a Gerencia de Urbanismo para
ilustrar este capítulo.
BIBLIOGRAFIA:
Carballo Barral, Borja. “Los orígenes del Moderno Madrid: El Ensanche
Este (1860-1878)”. Tesis Diploma de Estudios Avanzados. Universidad
Complutense de Madrid. Madrid, 2007.
Corral, José del. “Casas madrileñas desaparecidas. Misterios, amores e
intrigas”. Biblioteca de Madrid. Editorial Sílex. Madrid, 2004.
Martínez Bara, José Antonio y García Martín, Antonio. “Ciudad-Jardín-Prosperidad”.
“Madrid”, Tomo III, Págs. 1041-1060.
Vargas. “Madrid ante el cólera: La Prosperidad”. Diario “El
Liberal”, nº 2255. Jueves, 6 de agosto de 1885
Comentarios
Publicar un comentario